EL PEATÓN
Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
Si dice, corre voce, affermano nei salotti, nelle feste, qualcuno o persone ben informate, che Jaime Sabines è un grande poeta. O quanto meno un buon poeta. O un poeta decente, di valore. O semplicemente, ma veramente, un poeta.
Giunge la notizia a Jaime e questi gioisce: che meraviglia! Sono un poeta! Sono un poeta importante! Sono un grande poeta!
Convinto, esce per strada, o arriva a casa, convinto. Ma per strada nessuno, e in casa ancor meno: nessuno si rende conto che è un poeta. Perché i poeti non hanno una stella sulla fronte, o uno splendore visibile, o uno sprazzo di luce che esca loro dalle orecchie?
Dio mio!, dice Jaime. Devo essere papà o marito, o lavorare in fabbrica come uno qualsiasi, o camminare da pedone, come uno qualunque.
Ecco!, dice Jaime. Non sono un poeta: sono un pedone.
E questa volta rimane disteso sul letto con una gioia dolce e tranquilla.
Algo sobre la muerte del mayor Sabines
(1973)
Primera parte
I
Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.
Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas,
por eso es que este hachazo nos sacude.
Nunca frente a tu muerte nos paramos
a pensar en la muerte,
ni te hemos visto nunca sino como la fuerza y la alegría.
No lo sabemos bien, pero de pronto llega
un incesante aviso,
una escapada espada de la boca de Dios
que cae y cae y cae lentamente.
Y he aquí que temblamos de miedo,
que nos ahoga el llanto contenido,
que nos aprieta la garganta el miedo.
Nos echamos a andar y no paramos
de andar jamás, después de medianoche,
en ese pasillo del sanatorio silencioso
donde hay una enfermera despierta de ángel.
Esperar que murieras era morir despacio,
estar goteando del tubo de la muerte,
morir poco, a pedazos.
No ha habido hora más larga que cuando no dormías,
ni túnel más espeso de horror y de miseria
que el que llenaban tus lamentos,
tu pobre cuerpo herido.
II
Del mar, también del mar,
de la tela del mar que nos envuelve,
de los golpes del mar y de su boca,
de su vagina obscura,
de su vómito,
de su pureza tétrica y profunda,
vienen la muerte, Dios, el aguacero
golpeando las persianas,
la noche, el viento.
De la tierra también,
de las raíces agudas de las casas,
del pie desnudo y sangrante de los árboles,
de algunas rocas viejas que no pueden moverse,
de lamentables charcos, ataúdes del agua,
de troncos derribados en que ahora duerme el rayo,
y de la yerba, que es la sombra de las ramas del cielo,
viene Dios, el manco de cien manos,
ciego de tantos ojos,
dulcísimo, impotente.
(Omniausente, lleno de amor,
el viejo sordo, sin hijos,
derrama su corazón en la copa de su vientre).
De los huesos también,
de la sal más entera de la sangre,
del ácido más fiel,
del alma más profunda y verdadera,
del alimento más entusiasmado,
del hígado y del llanto,
viene el oleaje tenso de la muerte,
el frío sudor de la esperanza,
y viene Dios riendo.
Caminan los libros a la hoguera.
Se levanta el telón: aparece el mar.
(Yo no soy el autor del mar).
III
Siete caídas sufrió el elote de mi mano
antes de que mi hambre lo encontrara,
siete veces mil veces he muerto
y estoy risueño como en el primer día.
Nadie dirá: no supo de la vida
más que los bueyes, ni menos que las golondrinas.
Yo siempre he sido el hombre, amigo fiel del perro,
hijo de Dios desmemoriado,
hermano del viento.
¡A la chingada las lágrimas!, dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Estoy descalzo, me gusta pisar el agua y las piedras,
las mujeres, el tiempo,
me gusta pisar la yerba que crecerá sobre mi tumba
(si es que tengo una tumba algún día).
Me gusta mi rosal de cera
en el jardín que la noche visita.
Me gustan mis abuelos de totomoste
y me gustan mis zapatos vacíos
esperándome como el día de mañana.
¡A la chingada la muerte!, dije,
sombra de mi sueño,
perversión de los ángeles,
y me entregué a morir
como una piedra al río,
como un disparo al vuelo de los pájaros.
IV
Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
que se divierte arrojando dardos
a los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
a las ingles multitudinarias.
Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer
en la raíz del cuello, sobre la subclavia,
tubérculo del bueno de Dios,
ampolleta de la buena muerte,
y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo.
El Señor Cáncer, El Señor Pendejo,
es sólo un instrumento en las manos obscuras
de los dulces personajes que hacen la vida.
En las cuatro gavetas del archivero de madera
guardo los nombres queridos,
la ropa de los fantasmas familiares,
las palabras que rondan
y mis pieles sucesivas.
También están los rostros de algunas mujeres
los ojos amados y solos
y el beso casto del coito.
Y de las gavetas salen mis hijos.
¡Bien haya la sombra del árbol
llegando a la tierra,
porque es la luz que llega!
V
De las nueve de la noche en adelante,
viendo televisión y conversando
estoy esperando la muerte de mi padre.
Desde hace tres meses, esperando.
En el trabajo y en la borrachera,
en la cama sin nadie y en el cuarto de niños,
en su dolor tan lleno y derramado,
su no dormir, su queja y su protesta,
en el tanque de oxígeno y las muelas
del día que amanece, buscando la esperanza.
Mirando su cadáver en los huesos
que es ahora mi padre,
e introduciendo agujas en las escasas venas,
tratando de meterle la vida,
de soplarle en la boca el aire...
(Me avergüenzo de mí hasta los pelos
por tratar de escribir estas cosas.
¡Maldito el que crea que esto es un poema!)
Quiero decir que no soy enfermero,
padrote de la muerte,
orador de panteones, alcahuete,
pinche de Dios, sacerdote de las penas.
Quiero decir que a mí me sobra el aire...
VI
Te enterramos ayer.
Ayer te enterramos.
Te echamos tierra ayer.
Quedaste en la tierra ayer.
Estás rodeado de tierra
desde ayer.
Arriba y abajo y a los lados
por tus pies y por tu cabeza
está la tierra desde ayer.
Te metimos en la tierra,
te tapamos con tierra ayer.
Perteneces a la tierra
desde ayer.
Ayer te enterramos
en la tierra, ayer.
VII
Madre generosa
de todos los muertos,
madre tierra, madre,
vagina del frío,
brazos de intemperie,
regazo del viento,
nido de la noche,
madre de la muerte,
recógelo, abrígalo,
desnúdalo, tómalo,
guárdalo, acábalo.
VIII
No podrás morir.
Debajo de la tierra
no podrás morir.
Sin agua y sin aire
no podrás morir.
Sin azúcar, sin leche,
sin frijoles, sin carne,
sin harina, sin higos,
no podrás morir.
Sin mujer y sin hijos
no podrás morir.
Debajo de la vida
no podrás morir.
En tu tanque de tierra
no podrás morir.
En tu caja de muerto
no podrás morir.
En tus venas sin sangre
no podrás morir.
En tu pecho vacío
no podrás morir.
En tu boca sin fuego
no podrás morir.
En tus ojos sin nadie
no podrás morir.
En tu carne sin llanto
no podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
No podrás morir.
Enterramos tu traje,
tus zapatos, el cáncer;
no podrás morir.
Tu silencio enterramos.
Tu cuerpo con candados.
Tus canas finas,
tu dolor clausurado.
No podrás morir.
IX
Te fuiste no sé a dónde.
Te espera tu cuarto.
Mi mamá, Juan y Jorge
te estamos esperando.
Nos han dado abrazos
de condolencia, y recibimos
cartas, telegramas, noticias
de que te enterramos,
pero tu nieta más pequeña
te busca en el cuarto,
y todos, sin decirlo,
te estamos esperando.
X
Es un mal sueño largo,
una tonta película de espanto,
un túnel que no acaba
lleno de piedras y de charcos.
¡Qué tiempo éste, maldito,
que revuelve las horas y los años,
el sueño y la conciencia,
el ojo abierto y el morir despacio!
XI
Recién parido en el lecho de la muerte,
criatura de la paz, inmóvil, tierno,
recién niño del sol de rostro negro,
arrullado en la cuna del silencio,
mamando obscuridad, boca vacía,
ojo apagado, corazón desierto.
Pulmón sin aire, niño mío, viejo,
cielo enterrado y manantial aéreo
voy a volverme un llanto subterráneo
para echarte mis ojos en tu pecho.
XII
Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.
Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.
Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.
Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.
XIII
Padre mío, señor mío, hermano mío,
amigo de mi alma, tierno y fuerte,
saca tu cuerpo viejo, viejo mío,
saca tu cuerpo de la muerte.
Saca tu corazón igual que un río,
tu frente limpia en que aprendí a quererte,
tu brazo como un árbol en el frío
saca todo tu cuerpo de la muerte.
Amo tus canas, tu mentón austero,
tu boca firme y tu mirada abierta,
tu pecho vasto y sólido y certero.
Estoy llamando, tirándote la puerta.
Parece que yo soy el que me muero:
¡padre mío, despierta!
XIV
No se ha roto ese vaso en que bebiste,
ni la taza, ni el tubo, ni tu plato.
Ni se quemó la cama en que moriste,
ni sacrificamos un gato.
Te sobrevive todo. Todo existe
a pesar de tu muerte y de mi flato.
Parece que la vida nos embiste
igual que el cáncer sobre tu omoplato.
Te enterramos, te lloramos, te morimos,
te estás bien muerto y bien jodido y yermo
mientras pensamos en lo que no hicimos
y queremos tenerte aunque sea enfermo.
Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos
a no ser habitantes de tu infierno.
XV
Papá por treinta o por cuarenta años,
amigo de mi vida todo el tiempo,
protector de mi miedo, brazo mío,
palabra clara, corazón resuelto,
te has muerto cuando menos falta hacías,
cuando más falta me haces, padre, abuelo,
hijo y hermano mío, esponja de mi sangre,
pañuelo de mis ojos, almohada de mi sueño.
Te has muerto y me has matado un poco.
Porque no estás, ya no estaremos nunca
completos, en un sitio, de algún modo.
Algo le falta al mundo, y tú te has puesto
a empobrecerlo más, y a hacer a solas
tus gentes tristes y tu Dios contento.
XVI
(Noviembre 27)
¿Será posible que abras los ojos y nos veas ahora?
¿Podrás oírnos?
¿Podrás sacar tus manos un momento?
Estamos a tu lado. Es nuestra fiesta,
tu cumpleaños, viejo.
Tu mujer y tus hijos, tus nueras y tus nietos
venimos a abrazarte, todos, viejo.
¡Tienes que estar oyendo!
No vayas a llorar como nosotros
porque tu muerte no es sino un pretexto
para llorar por todos,
por los que están viviendo.
Una pared caída nos separa,
sólo el cuerpo de Dios, sólo su cuerpo.
XVII
Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.
Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo
y eras el pan caliente sobre la mesa.
Amputado de ti, a medias hecho
hombre o sombra de ti, sólo tu hijo,
desmantelada el alma, abierto el pecho,
ofrezco a tu dolor un crucifijo:
te doy un palo, una piedra, un helecho,
mis hijos y mis días, y me aflijo.
I
Lasciami riposare,
rilassare i muscoli del cuore
ed assopire l’anima
per poter parlare,
per poter ricordare questi giorni
i più lunghi del tempo.
Ci siamo appena ripresi dall’angoscia
e siamo deboli, impauriti,
ci svegliamo più volte dal nostro scarso sonno
per vederti nella notte e sapere che respiri.
Avvertiamo il bisogno di svegliarci per essere più svegli
in quest’incubo pieno di gente e di rumori.
Tu sei il tronco invulnerabile e noi i rami,
perciò quest’accettata ci sconcerta.
Mai ci siamo fermati a pensare alla morte
di fronte alla tua morte,
né ti abbiamo mai visto se non come la forza e l’allegria.
Non lo sappiamo bene, ma all’improvviso arriva
un incessante avviso,
una spada scappata dalla bocca di Dio
che cade e cade e cade lentamente.
Ed ecco che tremiamo di paura,
che ci soffoca il pianto trattenuto
che ci stringe la gola la paura.
Prendiamo a camminare e non smettiamo
mai più di andare, dopo mezzanotte,
lungo quel corridoio dell’ospedale silenzioso
dove c’è un angelo d’infermiera sveglia.
Aspettare che morissi era come morire lentamente,
gocciolare dal tubo della morte,
morire un poco, a pezzi.
Non c’è stata ora più lunga di quella in cui non dormivi,
non un tunnel più denso di orrore e di miseria
di quello che riempivano i tuoi gemiti,
il tuo povero corpo ferito.
II
Dal mare, anche dal mare,
dalla tela del mare che ci avvolge,
dall’urto del mare e dalla sua bocca,
dalla vagina buia,
dal suo vomito,
dalla sua tetra e profonda purezza,
vengono la morte, Dio, l’acquazzone
che frusta le persiane,
la notte, il vento.
E anche dalla terra,
dalle acute radici delle case,
dal piede nudo e sanguinante degli alberi,
da alcune rocce vecchie che non possono muoversi,
da pozzanghere orrende, bare dell’acqua,
da tronchi rovesciati, dove ora dorme il fulmine,
e dall’erba, che è l’ombra dei rami del cielo,
viene Dio, il monco dalle cento mani,
cieco dai tanti occhi,
dolcissimo, impotente.
(Onniassente, pieno d’amore,
il vecchio sordo, senza figli,
versa il suo cuore nel calice del suo ventre).
E anche dalle ossa
e dal sale più integro del sangue,
dall’acido più fedele,
dall’anima più vera e più profonda,
dall’alimento più infervorato,
dal fegato e dal pianto,
vengono l’onda tesa della morte,
il sudore freddo della speranza,
viene Dio ridendo.
S’avviano i libri verso il rogo.
Si solleva il sipario: appare il mare.
(Io non sono l’autore del mare).
III
Sette volte è caduta dalla mia mano la pannocchia tenera
prima che la mia fame la trovasse,
sette volte, mille volte sono morto
e sono allegro come il primo giorno.
Nessuno potrà dire: non seppe della vita
più dei buoi, ancor meno delle rondini.
Io sempre sono stato l’uomo, fedele amico del cane,
figlio di Dio smemorato,
fratello del vento.
Al diavolo le lacrime!, ho detto,
e mi son messo a piangere
come ci si mette a partorire.
Sono scalzo, mi piace calpestare l’acqua e le pietre,
le donne, il tempo,
mi piace calpestare l’erba che crescerà sulla mia tomba
(se un giorno avrò una tomba).
Mi piace la mia rosa di cera
nel giardino che visita la notte.
Mi piacciono i miei nonni di foglia secca di mais
e mi piacciono le mie scarpe vuote.
che mi aspettano come si aspetta il domani.
Al diavolo la morte!, mi son detto,
ombra del mio sogno,
perversione degli angeli,
e alla morte mi sono consegnato
come una pietra al fiume,
come uno sparo al volo degli uccelli.
IV
Parleremo del Principe Cancro,
Signore dei Polmoni, Padrone della Prostata,
che si diverte a scagliare dardi
contro le ovaie lisce, le vagine avvizzite,
gl’inguini più diversi.
Mio padre ha il linfonodo più bello
alla base del collo, sotto la clavicola,
tubercolo del buon Dio,
ampolla della buona morte,
e io mando al diavolo tutti i soli del mondo.
Il Signor Cancro, Il Signor Babbeo,
è solo uno strumento tra le mani oscure
dei dolci personaggi che fanno la vita.
Nei quattro cassetti del canterano di legno
conservo i nomi cari,
la biancheria dei fantasmi familiari,
le parole che circolano
e le mie pelli successive.
Si trovano anche i volti di alcune donne
gli occhi amati e soli
e il bacio casto del coito.
E dai cassetti escono i miei figli.
Benedetta sia l’ombra dell’albero
che arriva a terra,
perché è la luce che viene!
V
A partire dalle nove di sera,
vedendo la televisione e conversando
aspetto la morte di mio padre.
Da tre mesi, l’aspetto.
Lavorando e ubriaco,
nel letto vuoto e nella cameretta,
nel suo dolore così pieno e sparso,
nel suo non dormire, tra lamenti e proteste,
nella bombola d’ossigeno e nei molari
del giorno che sorge, cercando la speranza.
Guardando nelle ossa il suo cadavere
che adesso è mio padre,
e introducendo aghi nelle sue scarse vene,
cercando di mettergli la vita,
di soffiargli l’aria nella bocca...
(Mi vergogno di me fino alla punta dei piedi
quando cerco di scrivere queste cose.
Maledetto chi crede che questa è una poesia!)
Voglio dire che non sono infermiere,
pappone della morte,
oratore di cimiteri, ruffiano,
sguattero di Dio, sacerdote delle pene.
Voglio dire che l’aria mi è di troppo...
VI
Ti abbiamo seppellito ieri.
Ieri ti abbiamo seppellito.
Ti abbiamo buttato la terra ieri.
Sei rimasto nella terra ieri.
Sei circondato di terra
da ieri.
In alto e in basso e ai lati
sui tuoi piedi e sulla tua testa
sta la terra da ieri.
Ti abbiamo messo nella terra,
ti abbiamo coperto con la terra ieri.
Appartieni alla terra
da ieri.
Ieri ti abbiamo seppellito
nella terra, ieri.
VII
Madre generosa
di tutti i morti,
madre terra, madre,
vagina del freddo,
braccia d’intemperie,
grembo del vento,
nido della notte,
madre della morte,
accoglilo, riparalo,
spoglialo, prendilo,
custodiscilo, finiscilo.
VIII
Non potrai morire.
Sotto la terra
non potrai morire.
Senz’acqua e senz’aria
non potrai morire.
Senza zucchero, senza latte,
senza fagioli, senza carne,
senza farina, senza fichi,
non potrai morire.
Senza moglie e senza figli
non potrai morire.
Sotto la vita
non potrai morire.
Nel tuo serbatoio di terra
non potrai morire.
Nella tua cassa da morto
non potrai morire.
Nelle tue vene senza sangue
non potrai morire.
Nel tuo petto vuoto
non potrai morire.
Nella tua bocca senza fuoco
non potrai morire.
Nei tuoi occhi senza nessuno
non potrai morire.
Nella tua carne senza pianto
non potrai morire.
Non potrai morire.
Non potrai morire.
Non potrai morire.
Abbiamo seppellito il tuo vestito,
le tue scarpe, il tuo cancro;
non potrai morire.
Il tuo silenzio abbiamo seppellito.
Il tuo corpo coi lucchetti.
I tuoi capelli bianchi sottili,
il tuo dolore chiuso.
Non potrai morire.
IX
Te ne sei andato non so dove.
Ti aspetta la tua stanza.
Mamma, Juan e Jorge
ti stiamo aspettando.
Ci hanno dato abbracci
di condoglianze, e abbiamo ricevuto
lettere, telegrammi, notizie
della tua sepoltura,
ma tua nipote più piccola
ti cerca nella stanza,
e tutti, senza dirlo,
ti stiamo aspettando.
X
È un brutto lungo sogno
uno stupido film d’orrore,
un tunnel che non finisce
pieno di pietre e di pozzanghere.
Che tempo maledetto,
che rimescola le ore e gli anni,
il sonno e la coscienza,
l’occhio aperto e il morire lento!
XI
Appena partorito nel letto della morte,
creatura della pace, immobile, tenero,
neonato del sole dal volto nero,
cullato nella culla del silenzio,
poppando oscurità, bocca vuota,
occhio spento, cuore deserto.
Polmone senza aria, bambino mio, vecchio,
cielo sepolto e sorgente aerea
diventerò un pianto sotterraneo
per lanciare i miei occhi sul tuo petto.
XII
Morire è ritirarsi, star da parte,
nascondersi un momento, essere calmo,
allontanarsi dalla riva a nuoto
e restare in segreto in ogni luogo.
È ignorare, è essere ignorato,
è rifugiarsi nudo nel discreto
caldo alito di Dio, e nel suo pugno
poter crescere come cresce un feto.
Morire è infervorarsi a capo chino
verso il fumo e l’osso e il calcare
e farsi terra e terra con fatica.
Estinguersi è morire, lento e in fretta
prendere come a cottimo l’eterno,
nella cenere l’anima disperdere.
XIII
Padre mio, mio signore, mio fratello,
amico mio del cuore, forte e tenero,
estrai il corpo vecchio, vecchio mio,
estrai il corpo tuo dalla morte.
Estrai il cuore tuo come un fiume,
la fronte dove appresi ad amarti,
il braccio come un albero nel freddo
estrai tutto il corpo dalla morte.
Amo il tuo mento austero, i tuoi capelli bianchi
la bocca salda e lo sguardo sincero,
il petto vasto e solido e sicuro.
Sto chiamando, buttandoti la porta.
Sembra che sia io colui che muore:
Svegliati, padre mio!
XIV
Non si è rotto il bicchiere a cui hai bevuto,
né la tazza, né il tubo, né il tuo piatto.
Né si è bruciato il letto in cui moristi
e né abbiamo sacrificato un gatto.
Ti sopravvive tutto. Tutto esiste
malgrado la tua morte e il mio sconforto.
E sembra che la vita ci aggredisca
come il cancro aggredisce la tua scapola.
Ti abbiamo seppellito, pianto, morto,
sei morto, sei fottuto, abbandonato
mentre pensiamo a quanto non facemmo
e vogliamo tenerti anche ammalato.
Niente di quel che fosti, fosti e fummo,
siamo solo abitanti del tuo inferno.
XV
Papà per trenta o per quaranta anni,
della mia vita amico tutto il tempo,
braccio, difesa della mia paura,
parola chiara, cuore risoluto,
sei morto quando meno ci mancavi,
quando ora più mi manchi, padre, nonno,
figlio e fratello, spugna del mio sangue,
fazzoletto degli occhi, cuscino del mio sonno.
Tu sei morto e un poco mi hai ucciso.
perché non ci sei e mai più saremo
completi, in qualche modo, in qualche posto.
Qualcosa manca al mondo e ti sei messo
a impoverirlo sempre più, rendendo
i tuoi tristi e il tuo Dio contento.
XVI
(27 Novembre)
È possibile che apra gli occhi e ci veda adesso?
Potrai sentirci?
Potrai per un momento tirar fuori le mani?
Siamo al tuo fianco. È la nostra festa,
il tuo compleanno, vecchio.
Tua moglie e i tuoi figli, le tue nuore e i nipoti
veniamo ad abbracciarti, tutti, vecchio.
Devi stare a sentirci!
Non ti mettere a piangere come facciamo noi
perché è solo un pretesto la tua morte
per piangere per tutti,
per noi tutti che siamo ancora in vita.
Ora un muro caduto ci separa,
solo il corpo di Dio, solo il suo corpo.
XVII
Mi abituai a tenerti e a portarti
come si porta un braccio, il corpo, il capo.
Non diverso da me, neanche lo stesso,
quando son triste, eri la mia tristezza.
Eri, quando cadevo, eri il mio abisso,
quando mi alzavo, la mia forza d’animo.
Eri brezza e sudore e cataclisma
ed eri il pane caldo sulla tavola.
Amputato di te, a metà fatto
uomo od ombra di te, solo tuo figlio,
l’anima smantellata, aperto il petto.
al tuo dolore offro un crocifisso:
ti do un bastone, una pietra, una felce,
i miei figli e i miei giorni, e io mi affliggo.